Mercedes Sosa

jueves, 11 de febrero de 2010

Requiem


Recordar tu soledad me oprime el pecho,
me deja sin aliento.
Cómo es difícil amar
cuando no se está dispuesto,
a renunciar a todo.
Sin esperar, a cambio.
Cuánto cuesta callarse
cuando el alma se duele
o la impaciencia triunfa
sobre el deber por cumplir.
Cuando el corazón ha de dividirse
a causa del recelo o del rencor.
A causa del miedo de recibir o dar; amor.
Oh triste placer ambiguo
que procede de la soledad.
Con cuánta insensatez
se aferra la mente a los recuerdos,
al pasado que nunca
podrá volver porque el tiempo
solo avanza, jamás retorna.
Será por eso que se olvida
lo que recién pasó,
para cerrar los ojos a la verdad,
y poder regresar impunemente
a la infancia o a la juventud
que se quedó atrapada
como una mariposa
en la red de un cazador ocioso
que la atrapó porque sí, y para nada.
Para mirar como pierde el polvillo
de las alas cuando las agita
sin poderse liberar,
hasta quedar desgastadas ya
pierden toda posibilidad de volar.
En esas horas donde mi alma
percibe tu soledad,
tengo que secar mis lágrimas
antes que broten, porque ya
no sirve llorar. Me duele mi fracaso,
jamás pude aliviar tu soledad
Ni supe cómo.
Imaginarte adosada al vidrio
de tu ventana, escudriñando el aire,
en silencio tarde a noche a tarde,
y nuevamente a noche.
Platicándole de cuando
en cuando a las sombras,
o a las hormigas, para no olvidarte
cómo hablar, o en un esfuerzo
por escuchar tu propia voz. Pensar en ello;
Me parte el alma en pequeños
fragmentos como se rompe un vidrio frágil,
y se hace añicos. Solo espero,
que al fin seas feliz como no fuiste en vida.
¡Madre! Reposa en paz.
No imaginé que te extrañaría tanto.
Esta vez;
La culpa es de Chopin y sus Nocturnos tristes.


Carlos Fernando

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