Mercedes Sosa

viernes, 19 de febrero de 2010

PADRE, yo sé...

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Lucas 14:33



Amar en el sentido perfecto del amor, es renunciar al yo, es consagrarse. Solo que el apego a la identidad propia es el último reducto a vencer.



ALEF (I)

PADRE, yo sé...
me has advertido
que aquel que la mano pone
al arado,
debe mirar a dónde,
coloca cuchilla y vertedera
para mover la tierra
del barbecho.
Que no hay excusa
a la demora de seguirte.
Ni el duelo
por los muertos
que enterramos,
ni amores de doncella,
ni herencia pendiente
de reclamo.
Y te ruego Mi Señor,
no tomes
a desacato
mi pertinaz insistencia
de escarbar en esta tierra
donde extranjero
y peregrino he sido
hasta la fecha.

BET (II)


Permite Señor
que me despida al menos
del que fui,
antes que muera,
que presiento
que pronto morirá
el recuerdo
de aquel que otrora
fuera.
Que la raíz
de la hierba silvestre
más se aferra
a la tierra,
de lo que se aferra
el tallo de la rosa.

GUIMEL (III)

No me tomes en cuenta
en tu misericordia eterna,
si levanto del polvo
estos girones de tela
ya impregnados
de la arcilla del camposanto
donde se posan con texturas
de cartón piedra,
y que huelen a rancias
humedades mohosas
No me tomes a desprecio
por tu sangre,
si entre las hojas de un viejo libro
sin pastas, hurgo
por encontrar ajados remanentes
de lo que en otro tiempo
fuera mi corazón enamorado,
y la bandera que acostumbraba
enarbolar ufano,
sintiéndome patriota.

DALET (IV)

Deja que ponga una vez más
quizá la última,
sobre el tornamesa estereofónico,
los discos de acetato
que solía escuchar
en mi primera vocación de amante.
Deja que guarde por última vez
aquella fotografía
donde apenas se veía lo que sería de grande.
O aquella, sepia y manchada,
del que fue mi padre
en esta tierra; la de mi madre,
aquellas de mis hijos
que se quedarán una vez más
cercados por mi ausencia.
De mi mujer,
espero aun no habré de despedirme,
y si así fuera , deja que mire una vez
más su cabellera, su frente y sus ojos,
para llevarlos grabados en el alma
y no tener que soltar
el bastidor que manda
la yunta y el barbecho.

HEY (V)

Déjame despedir así sea a la distancia,
del lugar donde nací
Que allá me espera la tierra prometida
como paga, y una nueva nación
a la que tu fidelidad me endosa
En cumplimiento al juramento,
por el que juraste a Avraham
su descendencia.
Que te juro Padre y Señor del alma mía,
por el amor que ahora te tengo
más fuerte, que aquel
con el cual aprendí a mar
-Porque ensayando a amar, a amar se aprende-
Que después de despedirme del que fui
Habré de seguirte hasta el final
A donde me lleves a arar la tierra... PADRE.


Carlos Fernando

miércoles, 17 de febrero de 2010

Tiempo de recapitular la existencia





I
Que si es el tiempo de recapitular la existencia
y de pedir perdón a quien adeude algún insulto,
alguna herida, alguna decepción o afrenta alguna
Que desde que el hombre se levanta de la cuna
y comienza a caminar: ofende, a veces sin conciencia.
Y cuando aprende con renuencia a ofender
o al contra ataque, como un esgrimista se enfrasca
en la contienda, lanza estocadas, o para las que
recibe con la espada para no morir en un lance
desdichado, con el pecho atravesado por el florete.
II
Tiempo es de recapitular la existencia y de pedir
perdón a quien se ofendió en otro campo de batalla,
en el duelo que suelen debatir los contrayentes
Inmaduros, sedientos de placer mas sin cordura,
que la paz en tales circunstancias dura, lo que dura
el placer: solo un instante. Que si tuve la culpa,
que si fue tuya, qué importa ya a ninguno la victoria
o la derrota, al fin de cuentas en esta historia,
nadie venció pues todo se perdió por la soberbia
del orgullo, y la sed de venganza mutua, que
en un incendio más voraz que aquel que desata
la sequía en el páramo yerto en el estío, tu furia
y mi torpeza se fundieron en una cruenta lucha
que devastó lo que pudo ser un huerto.
III
Tiempo de recordar aquellas notas de canciones
que se adhirieron a mis oídos mientras los párpados
cansados se rehusaban a cerrarse en el insomnio,
en la penumbra de mi dormitorio de adolescente.
Canciones de Aznavour, con las que enviaba a la
distancia mi corazón herido por la imaginación
ferviente , pues la adorada ni enterada estaba
de la pasión que despertó inocente, por el verdor
de sus pupilas solo, y su voz, que como fuente
cantarina, traía al iluso soñador evocaciones
de un idílico romance inexistente.
IV
Tiempo es de recordar, antes que el tiempo
del olvido llegue, cuando ya el cerebro no atine
a los engramas que le permitan recordar mañana
lo que ayer era vívida imagen del ayer montado
en un perfume, en un detalle, en un halo de luz,
en una fecha. Y aun sin que medie razón
para la endecha, la nostalgia apura la copa de
amargura que deja al corazón no encontrar aquel
rincón donde solía quedarse en la contemplación
de las horas de la tarde imaginando recorrer
las calles que solía caminar ya fuera en soledad
o en compañía. Aquellas donde sin saber el alma
desprendía en fragmentos invisibles que se adosaron
a cada paso del camino, a cada puerta, y rincón
que sirviera de estación y de pretexto para otorgar
apasionado un beso, o una palabra de amor,
o algún detalle, que después que se marchara
la prenda amada, en la negrura de la noche eterna
de la ausencia, se transformó en efímera figura
que más volátil que el vapor se esfuma por más
que trate de retenerla la memoria.
V
Tiempo de hacer cuentas con la vida, de saber
qué tanto le debo o me debía cuánto cobro con
intereses las horas de ocio, la pereza, la inconstancia
en el deber. Cuando el cansancio, reclama del cuerpo
el sueño que le adeuda. Lo que dejé escapar por
indolente, o lo que en la suerte no me tocó alcanzar
por más que quise. Lo que perdí cuando en otro
tiempo tuve; lo que gané aunque poco me esforcé
por conseguirlo, la salud, el amor de los hijos,
la paciencia, la fama y el dinero que se fuga
de la alforja que jamás se llena por que es más
lo que se ambiciona, de lo que se aprecia lo mucho
o lo poco que se tiene. Será por eso que el prado
del vecino siempre es más verde, aunque derroche
verde el prado de mi estancia.
VI
Tiempo de hacer cuentas con la vida porque
aunque no quiera o no pretenda querer, le adeudo.
Comenzando por el aire que respiro y el sol que
me calienta, siguiendo por el tiempo que transcurre
mientras escribo. Que son millares los que expiran
mientras tanto. Y yo, aquí sigo. Sigo para dejar
a las postrimerías un texto de reflexión,
o de enseñanza, un canto de amor o de esperanza.
El vuelo de mi alma cual bandera ondeando al viento,
fiel al amor, y a cada instante que lata el corazón
y fluya la sangre, entretanto la razón procese al menos
una idea congruente desglosada en palabras que
del corazón emanen. Al menos un instante que
detenga el transcurrir del tiempo que me lleva
en su fluir constante, hacia la muerte, frontera
de la eternidad que nos espera.


Carlos Fernando

jueves, 11 de febrero de 2010

Requiem


Recordar tu soledad me oprime el pecho,
me deja sin aliento.
Cómo es difícil amar
cuando no se está dispuesto,
a renunciar a todo.
Sin esperar, a cambio.
Cuánto cuesta callarse
cuando el alma se duele
o la impaciencia triunfa
sobre el deber por cumplir.
Cuando el corazón ha de dividirse
a causa del recelo o del rencor.
A causa del miedo de recibir o dar; amor.
Oh triste placer ambiguo
que procede de la soledad.
Con cuánta insensatez
se aferra la mente a los recuerdos,
al pasado que nunca
podrá volver porque el tiempo
solo avanza, jamás retorna.
Será por eso que se olvida
lo que recién pasó,
para cerrar los ojos a la verdad,
y poder regresar impunemente
a la infancia o a la juventud
que se quedó atrapada
como una mariposa
en la red de un cazador ocioso
que la atrapó porque sí, y para nada.
Para mirar como pierde el polvillo
de las alas cuando las agita
sin poderse liberar,
hasta quedar desgastadas ya
pierden toda posibilidad de volar.
En esas horas donde mi alma
percibe tu soledad,
tengo que secar mis lágrimas
antes que broten, porque ya
no sirve llorar. Me duele mi fracaso,
jamás pude aliviar tu soledad
Ni supe cómo.
Imaginarte adosada al vidrio
de tu ventana, escudriñando el aire,
en silencio tarde a noche a tarde,
y nuevamente a noche.
Platicándole de cuando
en cuando a las sombras,
o a las hormigas, para no olvidarte
cómo hablar, o en un esfuerzo
por escuchar tu propia voz. Pensar en ello;
Me parte el alma en pequeños
fragmentos como se rompe un vidrio frágil,
y se hace añicos. Solo espero,
que al fin seas feliz como no fuiste en vida.
¡Madre! Reposa en paz.
No imaginé que te extrañaría tanto.
Esta vez;
La culpa es de Chopin y sus Nocturnos tristes.


Carlos Fernando

Visitaré hoy las casas de poetas

Porque un poeta es ese tipo de demente que vive tocando lo que no puede sentir el cuerpo de un simple mortal que no mira más de dos palmos allende su nariz, quizá será por eso que mucha gente insiste en levantar el lóbulo nasal, como para compensar su astigmatismo. Y uno anda por ahí pensando que es gente presumida y altiva.
Decía antes de disgregar mi atención en el vuelo de la mosca, o como decían mis abuelos "de quedarme pensando en la inmortalidad del cangrejo"; que llamaré hoy a la puerta de los poetas porque saben escuchar hasta el simple susurro del viento sobre la delicada margarita; y un poeta, es capaz de encontrar treinta y tres sinónimos distintos para mencionar el color de sus pétalos. Un poeta es capaz de inventar un río mientras escucha el golpetear de la lluvia en el tejado y mira desde dentro la ventana que escurre y el caño que chorrea. O puede ser capaz de detenerse en el instante mudo que transcurre mientras una abeja liba el néctar de una flor, en un día estival cualquiera entre las diez y las catorce. Mientras piensa: ¿Acaso de verdad los cangrejos serán inmortales, o de dónde sale tan absurdo acertijo?
Tocaré con decisión pero con suavidad a la puerta de mis amigos poetas, porque sencillamente no es necesario golpear a la puerta de un poeta porque su habitación no tiene puertas, ni ventanas, ni mucho menos muros, a menos que se trate de esos poetas como hay muchos que se deleitan en la agonía del amor que se murió de pena, o que sueñan entre los rizos de la bella que jamás estará a su lado, aquella que nunca corresponde el amor solícito del bardo que desgarra su alma en gotas de sangre tibia, y púrpura derramadas una a una sobre el papel en que relata sus desdichas. Solo esos poetas tienen muros y puertas en sus casas. Generalmente, así son los poetas jóvenes: tímidos o apasionados, basta con que la hermosa sea esquiva y orgullosa, y tendremos un bardo sangrante por resultado. Aunque algunos, jamás se hartan de sufrir, de llorar, de morir a la vida por el amor que olvida, o que sutil se escapa en la voluta de humo de un sándalo ígneo y aromático.
Voy a tocar a las puertas de todos los poetas, de los que sufren para que escuchen el ruido de la vida que se agita por fuera de sus puertas, para que se animen a dejar sus nostalgias y endechas. A aquellos cuya habitación no tienen muros, solo puertas, y ventanas en sus almas, voy a llamarlos para decirles que la vida está aquí tan cerca, que la gente no suele verla. Que me presten sus palabras de poetas para que los soñadores sueñen y los pequeños duerman sueños felices en los cuencos de las madres que amorosas acunando los velan. Para decirle al hombre angustiado que no hay por qué temer al mundo ni al gobierno, que nunca cambiarán, pero que viene un tiempo que es mejor; que esperen, que no teman. Para decirle a los jóvenes que no viven ni con poesía, ni con esperanzas ni coherencia, sin cielo ni tierra; que la vida empieza a diario, y no se agota nunca, lo que se apaga es el fuego interior cuando lo ahogamos encerrado en la soledad de la cabeza. Que el verdadero corazón no se encuentra en el tórax, sino en un lugar desconocido del abdomen, como a dos traveses de la decima vértebra dorsal. Que conduce fácilmente sus impulsos por el sistema nervioso periférico y nos hace actuar sin la participación del encéfalo. Pues la razón, si se meditan los impulsos, frena la voluntad por los prejuicios. Y sin embargo se entiende mejor con DIOS de lo que hace el cerebro, porque lo vive, lo percibe de tal forma, que aun sin conocer sus Mandamientos, el ser que lo percibe, se cohibe aun de matar al peor de los engendros. El cerebro en cambio, se devana en silogismos, en paradigmas, y en juicios ante los cuales DIOS le resulta una impostura, y es que al fin; piensa un momento: ¿Acaso los paisajes de Van Gogh podrían explicarse al genio que los hizo? ¡Insensatos!, acaso pudieron los griegos hallar de manera irrefutable la razón de la vida. Y la existencia del universo: ¿la pudo explicar tras una vida dedicada a razonar Carl Sagan o Michio Kaku con sus fascinantes teorías tan extrañas? Por cierto, no has visto una anécdota de Einstein el más grande científico por mucho, donde afirma: "DIOS SÍ EXISTE".
Prefiero a los poetas por sobre los científicos y los teólogos; por sobre los exégetas que son anverso y reverso de una misma moneda junto con el soberbio que viste bata blanca y tiene un Doctorado en Ciencias, pues ambos tratan de meter a DIOS en un tubo de ensayo haciendo uso de diferente método "científico". Prefiero a los poetas, a los que van más allá del amor o las pasiones que se encienden entre un hombre y una mujer. Prefiero a los que son capaces de morir denunciando una injusticia, a los que cantan a las obras del ETERNO, a los que gritan el hambre de los parias, a los que se dedican a impugnar la infamia. A los que toman la voz por los que callan, a los poetas que no solo dicen nada, a los que escriben por el gozo de ordenar en palabras las horas y los días de la noche a la mañana, como hace el músico con las notas de la escala. Hoy, buscaré a mis amigos los poetas para que me ayuden a decirle al mundo: Tu tiempo llega, caro habrás de pagar por tus miserias, tu opresión, y tus astucias, por tus mentiras y crímenes impunes. Y tú, oh Job, no desesperes, que tu Libertador ya viene, ¡Espera!

Carlos Fernando

Maldad

Maldad,
cual culebra reptante,
sigilosa y astuta,
husmeas en el aire
el calor de tus víctimas.
Furtiva y pertinaz,
te ocultas detrás
de mágicos colores
subyugantes para no dar
advertencia alguna
de tu ataque mortal,
fuego que consume la carne
y hasta la muerte
la hace sangrar .
Maldad,
lo mismo cautivas
mentirosa la soberbia de Eva,
que la estupidez de Adán,
que muerdes el calcañar
del que te aplasta la cabeza,
aunque no le puedas ganar.
Áspid, basilisco, dragón antiguo.
Serpiente que conoces tu destino
final.
Pero que muerdes entretanto
te llegan las cadenas y el Abismo,
la Gehena ancestral.
Mientras,
con la lengua tejes un enjambre
de embustes y urdes estratagemas
para engañar.
Arrojas vergüenza al rostro,
repudio y vanidad,
y aun a los que en otro momento
fueron novios, los muerdes a matar.
Provocas a codicia, incitas a robar,
con ojos de lascivia excitas por igual,
al púber, que al vejete, al sacerdote
hereje, al sátiro, a la puta,
al ínclito prohombre,
al maestro de escuela,
al cónyuge intachable,
y aun a su mujer.
Maldad que semejante
a las pútridas aguas del fétido albañal,
fluyes a chorros de múltiples confluentes,
por cloacas y desagües bajo la gran ciudad.
Arrastrando en tus cauces inmunda
mezcolanza, oprobio, y cruel intriga.
Blasfemia, apostasía, ultrajes y deshonra,
hijos de nadie, adictos a las drogas,
políticos corruptos, jueces comprados,
escorias de la vida, amantes insolentes,
y madres homicidas. Y a saber que tanto
me falta en el recuento.
¿No sabe tu arrogancia, a dónde van
las aguas que llevan la inmundicia?
¿No entiendes que todas
se arrojan en el mar?
¿Acaso es que ignoras que en las
profecías está descrito ya?
Que un día que DIOS sabe,
el fin te llegará. Tus torrentes inmundos
al mar, y el mar no será más.
Y tú serpiente antigua,
serpiente de maldad, al fuego arrojado
y nunca más tu nombre
vendrá a la memoria, y nunca más
otra víctima tendrás.

Carlos Fernando

Insomnio


La otra noche,
oía moverse la hojarasca arrastrada
con suavidad por la mano invisible del viento,
esa mano poderosa,
en ocasiones transformada
en boca sibilante y furibunda,
y a veces susurrante y tímida.
Abanico que no consume energía eléctrica
pero igualmente nos refresca
los cálidos cuerpos hambrientos
de descanso en las noches de estiaje.
En este solsticio de verano
reseco como hace doce lustros
no había otro.
Con el crujir de la hojarasca
raspando el asfalto de las calles
o el cemento de la acera,
la imaginación se monta
en un corcel ligero y negro reluciente
salpicado de estrellas la frente
y simplemente trota.
Entre tanto,
el cuerpo le suplica a la mente:
duerme.
Los huesos me duelen
y las coyunturas,
se esfuerzan al límite
en un vaivén se flexionan y se extienden,
para disfrutar el roce de las sábanas
y su tacto amoroso.
Los ojos rasposos
como llenos de arena,
los párpados declinan
y la voluntad suplica:
duerme,
y el sueño no viene,
mas el desánimo tampoco,
ni la angustia.
El pensamiento brinca y da giros,
y le pone atención al ruido que se filtra
haciendo ondear las cortinas
de la ventana abierta.
Y hace reverberar la luz
del arbotante callejero,
y lo hace fingir que palpita.
Brinca el pensamiento
incapaz de tener
un momento de reposo,
pero hoy el desvelo
no es para diseñar la orden del día,
o qué deuda ir pagar primero al banco,
ni siquiera
por la zozobra más trivial
e insignificante se inquieta.
Exploro la penumbra, con los ojos,
con los oídos, busco acomodo
para el cuello y lo estiro,
meso mis cabellos en un desplante de ternura,
me percibo.
Congestiono de aire mis pulmones
en un profundo suspiro,
y digo:
hoy solamente celebro que estoy vivo.


Carlos Fernando