Mercedes Sosa

viernes, 9 de abril de 2010

Mi testimonio (fragmento) ¿Cómo empezó?


Desde hace trece años que tengo de haber dejado la Ciudad de México, no he vuelto a saber cómo se siente un terremoto. Pero durante los primeros cuarenta y dos años de mi vida lo viví en varias ocasiones, algunos de ellos muy fuertes: el de 1957 no lo recuerdo debido a que contaba entonces solo dos y medio años de vida. Pero el de 1985, lo viví en todo su impacto, por bendición no sufrí ninguna pérdida en forma directa ni material, ni humana.
He sido testigo delas reacciones emocionales: de las propias y las ajenas; he podido permanecer sereno, seguro de que nada malo ha de sucederme mientras el suelo inestable cruje y se bambolea ya sea oscilante o trepidante,  en los segundos durante los cuales, la total incertidumbre de en qué momento cesará el temblor no tiene respuesta.
He oído cómo tintinean los cristales, y crujen las paredes, he sentido la inestabilidad del suelo que apenas permite moverse a algún lugar que se supone sea seguro, o para tratar de juntarse con el resto de la familia en el interior del domicilio si es posible, he oído las voces de inquietud y los llamados a la serenidad que solían dar mis padres. Quizá mi serenidad provenga de su conducta, quizá de una fuerza interior que durante mucho tiempo en mi vida no era reivindicado por Nadie, es decir, por mí o por ningún Dios al que yo invocara. Es más, cuando escuchaba a la gente clamar con desesperación a Dios, solía experimentar un sentimiento ambiguo entre lástima y reprobación hacia esa gente que encuentra en esos momentos, la situación propicia para buscar a un Dios al cual, fuera de angustias y aprietos, acostumbran ignorar, engañar y desobedecer de todas las formas posibles. Pero, ¡Eso sí!... En cuanto el suelo gime amenazante, ¡Es hora de rezar! Honestamente tengo que aceptar que en aquel tiempo, yo ni buscaba a Dios como debí, ni clamaba a Él en esas horas de angustia; como tampoco sentía misericordia por los demás en mi corazón, tan solo lástima, que no es lo mismo. Así que he visto el caos que se desata en esas conflagraciones: gente desesperada, intentando correr, gritando de pánico; llanto, angustia, lamentación, clamor a Dios.
Recuerdo concretamente durante la réplica más fuerte del terremoto de México en 1985, a treinta y seis horas del primero, me vi sorprendido por este, en la escalera del edificio de cuatro pisos donde vivía con mi familia. Al comenzar, y probablemente motivado porque no fui testigo en el primero, de cómo se iban derrumbando las construcciones; -si bien por la mañana de ese día había visto la destrucción causada- o porque Dios en su Misericordia aun me permitía -sin yo entenderlo así- guardar la serenidad y la certeza que ninguna desgracia habría de pasarnos. Y ahora cavilo que hay muchas otras cosas que sí me producen miedo o fobia, por lo cual, en sentido primario no puedo adjudicarme el crédito de mi temeridad en los momentos de apremio.
Permanecí de pie, callado para no perturbar a los demás, y poco después, tratando de tranquilizar a los más agitados y temerosos que me insistían a gritos me arrodillara a clamar a Dios. Era tal su angustia y tan exaltada su conminación -casi exigencia- a que me uniera a ellos en su clamor, que decidí arrodillarme para no generar mayor tensión y angustia en los demás. Así, hincados, con los brazos abiertos y los dedos en cruz, las bocas secas y los rostros pálidos, las voces temblorosas y sonoras a todo volumen, mis vecinos pedían a Dios por "piedad", con "Padre nuestros" y "Ave marías" aunque no tuvieron un rosario a la mano para cubrir el ritual completo. De pronto cesó su actividad telúrica el subsuelo, sucediendo lo mismo con la angustia y el estupor de mis prójimos. Insisto que no soy estoico, sin embargo, mi familia y yo, pudimos pasar serenamente por el evento. ¿Sería por inconsciencia? ¿O porque en mi fuero interno "algo" me hacía tener la seguridad que nada habría de pasarnos? Entonces, no lo supe.
Quizá la influencia de la educación recibida de mis padres me hizo tener seguridad en circunstancias similares, quizá fuera la insistencia de mi padre en llevarme a la iglesia, o de mi madre para que tomara los sacramentos de rigor: bautismo siendo infante, "primera comunión" antes de los diez años previa catequización para el efecto, y la correspondiente confirmación de la fe con la consabida palmada en la mejilla derecha; la noción de la existencia de Dios ha sido algo que siempre ha estado presente en mi vida. Primero en una especie de fase larvaria, luego en estado de hibernación, pero siempre constantemente presente en mi fuero interno bajo la modalidad de un celo profundo por la verdad, y la justicia. Si bien tengo que reconocer que mi conducta no ha sido totalmente fiel a estos dos principios, pues he caído en contradicción y rebeldía a estos en más de una forma y más de una vez en mi vida pasada, y seguramente aun en la más reciente. Por esa razón permanecí alejado e ignorante de Dios, aunque jamás, ignorado por Él.
Solamente que tuvieron que pasar varios años después de esto que relato del terremoto de México de 1985; y lamentablemente también tuve que pasar por muchos sinsabores, errores y fracasos, antes que llegara a doblegarme ante lo evidente:
Que delante de lo que me rodea; llámese cosmos, clima, circunstancias imponderables y todas las demás circunstancias que escapan (al menos por ahora) a la comprensión y previsión humana; los hombres somos infinitamente insuficientes y pequeños.
Que una vez que supuse que no tenía por qué rendirle cuentas a nadie, fue cuando comencé a cometer los errores más garrafales y lamentables de mi vida, a vivir sin freno ni cordura suficiente para evitar mis propias catástrofes, comparativamente más infinitamente pequeñas, pero particularmente más devastadoras.
Que rebasadas todas mis posibilidades y recursos, y agotada mi capacidad de respuesta requería de un impulso exterior o sinceramente hablando: de un milagro para seguir adelante.
Que había sido defraudado por las respuestas que da la humanidad en temas como: justicia social, equidad, respeto, distribución de la riqueza, filosofía y política, ética, ciencia médica, para situaciones concretas y de facto.

Por lo cual, la vida en sentido terminal, carecía de una razón de ser, de un sentido; por lo cual, te preguntas ¿Qué objeto tiene la existencia? Tanto despliegue de belleza, y tanta vicisitud, si todo acaba. Y comencé a pensar, que tanta perfección y tanta belleza como existe en el universo que conocemos no es obra de un fortuito y caprichoso azar. Entendí que tenía que ponerme a cuentas con ese Desconocido al que llamaba "Dios" sin tener (como Iyov es decir Job) la más remota idea de Quién es "Ese Señor", ni de qué tanto lo había ofendido con mi conducta; y en mi perjuicio.